
A veces me pregunto cómo se divierte la gente que no tiene que asistir a las reuniones de vecinos.
Es verdad que, cuando te llega la convocatoria de la junta, primero piensas en la muerte y, cuando ves que uno de los puntos del orden del día es «nombramiento de los órganos de gobierno de la comunidad», rezas que la muerte sea rápida, pero luego todo son risas y diversión.
Y ya es el summum de la alegría, el no va a más, el fiestorro padre cuando tu marido (o sea, David) se presenta voluntario para ser el nuevo presidente y al final te toca a ti (o sea, a mí).
Pues quiso la fatalidad que diez días después de la reunión me llegó un certificado en el que ponía que esperaban mi honorable presencia, en calidad de presidenta de la comunidad, en un juicio porque uno de los vecinos había denunciado a la comunidad, vete tú a saber por qué. La vida me odia.
Me personé en la oficina de nuestro administrador para preguntarle si sabía de qué se trataba y de paso para saber si ya había terminado el acta de la reunión, pero no estaba. Sin embargo, estaba su compañero, muy majo, quien me escuchó y dijo que el administrador tenía el acta a puntito, lo único que le faltaba era pasarla a limpio, pero de todas formas me llamaría aquella misma tarde y me informaría de todo.
No me llamó ni aquella tarde ni en los catorce días siguientes.
Quince días después, y a una semana del juicio, lo llamamos por teléfono, pero sorprendentemente tampoco estaba. Pero nos aseguraron que el administrador siempre estaba a nuestras gratas órdenes, así que sin falta nos devolvería la llamada aquella misma tarde.
No nos la devolvió. Debe de andar atareadillo, el pobre.
Al día siguiente me pasé otra vez por la oficina y no pude salir de mi asombro al ver que el administrador no estaba.
Estaba su compañero que, cuando me vio, puso la misma cara que un ciervo frente a los faros de un camión. Le dije que el administrador no se había puesto en contacto conmigo y no habría ningún problema, salvo un pequeño detalle: el juicio era el próximo lunes, o sea, dentro de seis días. No era que me molestara asistir a un juicio de cuyo asunto no tenía ni idea, en realidad me encantaban los misterios, y aparte tenía mucho tiempo libre, sin embargo, si me podría esclarecer un poco el asunto, pues mejor.
El compañero me aseguró que, palabrita del Niño Jesús, el administrador se iba a poner en contacto conmigo aquella misma tarde.
No sé por qué pero me costaba creerlo. Llamadme desconfiada.
Entonces le pregunté si sabía si, aunque apenas había pasado un mes, el buen hombre ya había terminado de redactar el acta; a lo que me respondió que por supuesto que sí, lo hizo, pero con tan mala suerte que la misma noche en la que terminó la tarea se metió un ladrón en la oficina y robó la carpeta en la que tenía el acta, así que lo tuvo que hacer otra vez y el pobre se llevó el curro a casa para terminarlo el finde, y el mismo sábado lo tenía impreso y listo para traerlo a la oficina, pero se lo comió su perro; conque tuvo que volver a hacer la tarea, con tan mala suerte que justo el domingo se le murió la abuela; pero no se rindió, siguió con el dichoso papeleo aquella misma noche, lo terminó y grabó el archivo en un pendrive para imprimirlo el lunes en la oficina, sin embargo, triste suerte la suya, el perro se comió el pendrive, así que el acta todavía no estaba, pero podía traerme las radiografías para justificar lo del perro.
Vale, puede que no lo dijera exactamente así, pero es lo que había entendido.
Voy a terminar este post con, ¡atención, atención!, un concurso. Para participar responded a la pregunta: ¿cuándo el administrador se puso en contacto conmigo? Todos los participantes recibirán un pin de solapa conmemorativo realizado en latón y esmalte con la cara de la autora de este blog, y al ganador se le obsequiará con una retrataura, una copia fiel de la autora de dimensiones reales.