No sé cómo habéis empezado la semana, pero el mismo lunes David y yo tuvimos que llevar a uno de nuestros gatos al veterinario. ¿Os acordáis de la hiena con el vozarrón de picapedrero? Pues a ese mismo.
La visita consistía en hacerle una serie de pruebas de preoperatorio que —como nos dijo el veterinario— eran muy rápidas y sencillas. Concretamente se trataba de un electro, un análisis de sangre y una radiografía. El veterinario nos aseguró que íbamos a tardar cero coma.
Cuando llegamos a la clínica, nos atendió una chica muy maja y nos preguntó qué tal era nuestro gatito. ¿Pues cómo iba a ser? Muy bueno, un angelito. La gata tiene más carácter, pero ¿este? Un trozo de pan. La chica parecía muy contenta.
Sacamos a nuestro lindo gatito del transportín, la chica le acarició el pescuezo y en aquel preciso momento el dócil felino se transformó en un cruce de Alien con Predator, una especie de anguila con la cabeza de Tyrannosaurus Rex que intentaba arrancarle la mano a la pobre.
La chica nos miró un poco sorprendida, pero no se desanimó y se puso a colocarle los cables para el electro. Hubo un pequeño revuelo, sobre todo cuando «el trozo de pan» empezó a echar espuma por la boca y repartir zarpazos y bufidos a diestro y siniestro. Una hora más tarde la chica consiguió colocar el último cable y quiso secarse el sudor que le corría por la cara y le inundaba los ojos, pero no pudo porque fue cuando «el dulce animal» soltó el primer cablecito.
—Voy a decirle a mi compañera que me ayude —dijo con una voz que sonaba a muy cansada.
Vino su compi y otra hora después el cruce de diablo de Tasmania con dragón de Komodo consiguió soltar los tres cables restantes. A diferencia de nuestro gato, la chica ya no parecía tan contenta.
—Y eso que todavía no le he pinchado… —dijo y notamos que le temblaba la voz.
Entonces le dijimos que podríamos traer al gato otro día cuando estuviera más tranquilo. O dormido. O drogado… Le gustó mucho la idea y dijo que lo trajéramos, a ser posible, el día que ella librara. Ya para despedirnos añadió que, ya que habíamos mencionado que la gata tenía más carácter, si algún día la traíamos, dejaba el curro, porque le gustaba mucho, pero no tanto como para morir en él.