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Mi segundo mayor logro del 2019

10 enero, 2020 por Paulina Dejar un comentario

Mi segundo mayor logro del 2019

Tengo una ligera sospecha que después de haber leído mi balance del 2019 que publiqué la semana pasada podríais pensar que en el año pasado todo fueron penurias. Nada más lejos de la realidad.

Tenéis que saber que fue un gran año en el que desafié los límites de mi mente, planté cara a uno de mis mayores miedos y conseguí tirarme por un tobogán en una piscina.

En verano David y yo pasamos un día en un camping con unos amigos que volvían a Asturias de sus vacaciones en el sur de España e hicieron una parada cerca de Madrid.

Pasamos la tarde en la piscina en la que había tres toboganes por los que alegremente se tiraban mi marido, nuestro amigo y su hijo (bueno, y toda la gente que había aquella tarde en la piscina). La mujer de nuestro amigo se moría de ganas por tirarse, pero no podía porque estaba embarazada y yo, pues qué queréis que os diga. No es que no me guste tirarme por un tobogán, caer al agua de culo y revolcarte por el fondo de la piscina hasta que consigas salir. Me gusta, pero muy poco.

Lo malo es que mi marido es coach y su amigo también es coach, y juntarte con ese tipo de gente es muy peligroso porque enseguida empiezan a hablarte de salir de tu zona de confort, vencer tus miedos y a que no hay huevos de tirarte por el tobogán, te apuesto una sidra.

¡¿Que no hay huevos?! Decidí tirarme.

Pero sin matarme. Así que me puse a estudiar el terreno desde abajo.

Había tres toboganes: azul, naranja y amarillo.

El primero que descarté fue el azul porque no tenía ninguna curva, la gente bajaba por allí a toda pastilla y caía al agua de culo con un gran ¡plas!

Estaba entre el amarillo y el naranja.

El amarillo molaba mucho porque era el que menos curvas tenía. Era perfecto, salvo un pequeño detalle: solo se podían tirar por allí niños menores de diez años.

Me quedaba el naranja.

Pero no me iba a tirar a lo loco, sin haber estudiado el recorrido, así que le dije a David que se tirara por allí para que pudiera observar a qué velocidad bajaba.

David se tiró y para caer al agua tuvo que empujarse porque, aunque al principio la sensación era de gran velocidad, después de la primera curva uno empezaba a frenar.

Estaba decidido: me tiraba por el naranja.

Subí a la plataforma acompañada por David, nuestro amigo y los vítores y ánimos de su mujer y su hijo desde abajo. Mientras subía me sentía como Pamela Anderson en Los vigilantes de la playa, pero cuando llegué arriba y vi el tobogán naranja desde aquella perspectiva, enseguida supe que me parecería más bien a Mr. Bean del episodio de la piscina.

En fin, me puse a estudiar el terreno desde arriba. El socorrista me dijo que mientras me echara a un lado y no le taponara la cola, podía estudiar lo que quería.

Estaba en pleno momento contemplativo cuando se me acercó una niña y me dijo:

—Tírate por el amarillo, yo lo hice y no pasa nada.

«Ojalá pudiera», pensé, le sonreí y respondí que yo me iba a tirar por el naranja.

—El naranja también está bien —me dijo la niña y se tiró por allí.

No parecía bajar muy deprisa. Por si acaso, para una vez más comprobar la velocidad de descenso de una persona de más de 10 años, le dije a nuestro amigo que se tirara. Lo hizo e, igual que David, para caer al agua tuvo que empujarse. La cosa pintaba bien.

Cada vez más niños empezaban a interesarse por mí y el socorrista empezaba a mirarme mucho, pero no con una mirada de ánimo, sino más bien en plan «Señor, cómo me pruebas», así que decidí coger el toro por los cuernos y tirarme.

Me senté en el tobogán naranja. Venga, a la de tres.

Una.

Dos.

Tres y un cuarto…

Entonces se me acercó el socorrista y me preguntó si me iba a tirar mucho sentada allí porque le estaba taponando la cola que te cagas, y no es que me metiera prisa ni nada por el estilo, pero, si me iba a tirar, que hiciera el favor de tirarme de una puñetera vez.

Recé un padrenuestro, me persigné, me tumbé a lo Tutankamón y me tiré.

Sentía que bajaba como muy deprisa, pero me acordaba de las palabras de David que era normal antes de la primera curva, así que no le di mayor importancia a la velocidad.

Cuando llegué a la primera curva esperaba aminorar la marcha, pero cuál fue mi sorpresa cuando sentí que empezaba a bajar todavía más deprisa. En fin, presentía que allí había algo que fallaba, pero no me quedaba otra que seguir bajando a lo Tutankamón, cada vez más fast y más furious.

Salí del tobogán disparada como una bala, haciendo una especie de medio tirabuzón, y caí al agua de lado con ímpetu, vigor y un gran «¡Aaaaaaa!».

Mientras caía, pude escuchar la voz del socorrista que desde arriba decía: «La madre que la parió».

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Mi vida es una lucha constante entre mis expectativas y la cruda realidad.
Mi lema es: cuando la vida te pone la zancadilla, hazte un selfie y compártelo porque bien es cierto que el éxito ajeno puede motivar, pero todos sabemos que las desgracias ajenas alegran mucho más. Leer más

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