
Menos mal que diciembre está a punto de acabar. Y lo digo no porque no me guste diciembre, me encanta, pero no por la Navidad ni mucho menos por la Nochevieja, sino porque hace frío (sí, soy la rarita a la que le encanta el frío y no soporta el calorcito de 40 grados en la sombra; mi tope son 30 y en pleno sol).
Pues menos mal que acaba porque al final va a ser verdad que diciembre es un mal mes para escribir.
Desde que he empezado este blog me he propuesto que cada miércoles voy a publicar una entrada nueva, pues ni os imagináis lo que me cuesta escribir este mes. El post sobre cómo no amargarte la vida me costó sudor y lágrimas (muy oportuno teniendo en cuenta el tema) y salió con retraso de dos días.
Esta semana otra vez siento que estoy picando piedra. Cuando lo estoy escribiendo, estamos a miércoles y todavía estoy por el principio del post (voy como el culo, vamos) porque me pasé toda la semana mirando la pantalla en blanco, incapaz de escribir ni una puñetera palabra. Mi muso tiró la colilla de su puro en mi escritorio y se ha ido a pasar diciembre en otro sitio con más calor.
De todas formas, la idea de que el diciembre sea un mal mes para escribir no es mía. Es lo que dice Anne Lamott en su libro Pájaro a pájaro.
Pájaro a pájaro es uno de los mejores libros sobre la escritura que he leído porque es diferente al resto. Es muy personal, humano, sincero y visceral. Te cuenta lo bueno que es escribir, pero a la vez no te esconde la parte no tan buena (a veces horrible). Anne Lamott te dice la verdad:
Habrá días de un aburrimiento exasperante, de desesperanza furiosa, de querer dejarlo para siempre, y habrá días en los que te sentirás como si hubieses capturado una ola y estuvieses cabalgando sobre ella.
Este mes yo me siento plenamente identificada con la primera parte. Y adoro a Lamott por derribar tres grandes mitos acerca de escribir.
1. Los escritores de éxito no se sienten inseguros
En realidad sé que no es así, pero en los días malos cuando no logro escribir ni una sola línea, me imagino que los escritores de éxito (y no solo ellos, en general cualquier otra persona menos yo) no dudan de lo que hacen. Es decir, saben que quieren escribir, saben que son buenos y simplemente cada día se sientan delante del ordenador y escriben encantados de la vida y llenos de energía positiva, motivación e inspiración.
Entonces yo me deprimo porque me siento como una esquizofrénica porque, por un lado, me encanta escribir y, por otro, me pregunto por qué, si me gusta tanto, a veces me hace sentir como una mierda.
Entonces vuelvo a leer este fragmento de Pájaro a pájaro y ya lo sé:
(…) es una fantasía pensar que los escritores de éxito no tienen esas aburridas horas de derrote, esas horas de honda inseguridad en las que te sientes pequeña y medrosa como un bichito acuático. Pues sí que las tienen. Pero también tienen con frecuencia la asombrosa sensación de que están escribiendo y de que saben que eso es lo que quieren hacer durante el resto de sus vidas. Así que si una de las más profundas ansias de tu corazón es escribir, siempre hay formas de hacer tu trabajo y unas cuantas razones por las que es importante hacerlo.
2. Los escritores de éxito se sientan delante del ordenador y las palabras fluyen solas a la velocidad de la luz
¡Ja! Esta es mi creencia preferida, la que más me amarga la existencia cuando miro como una imbécil la pantalla en blanco de mi ordenador. Me lo imagino tal cual:
La gente suele fijarse en los escritores de éxito, escritores a los que les publican los libros e incluso sacan algún dinero, y piensan que se sientan al escritorio todas las mañanas y se sienten como una montaña de dólares, magníficos, satisfechos de quiénes son y cuánto talento tienen y la historia tan buena que van a contar; que respiran hondo un par de veces, se remangan, giran el cuello para hacerlo crujir y se lanzan a ello, redactando pasajes perfectamente acabados a la velocidad de un taquígrafo de juzgados.
Eso me lo imagino yo mientras escribo una frase horrible y la borro, y luego intento escribir otra y también la borro, y empiezo a pensar que no valgo para esto, que debería dejarlo, que todo es un horror, la vida es un asco y yo nunca jamás conseguiré escribir nada. Esta vez es un bloqueo definitivo que solo me demuestra que si de verdad se me diera bien escribir, no llevaría un día entero para escribir una sola frase. Y ni eso porque la pantalla sigue en blanco.
Entonces respiro hondo, cojo el libro de Lamott y leo que la visión que tengo yo de los escritores de éxito es «la fantasía de los no iniciados»:
Todos nos sentimos a menudo como si estuviéramos arrancando muelas, incluso aquellos escritores cuya prosa acaba resultando de lo más natural y fluido. (…)
Para mí, y para la mayoría de los escritores que conozco, escribir no es una experiencia de trance arrebatador. De hecho, la única forma que tengo de tener alguna cosa escrita es escribiendo primeros borradores de mierda, muy merdosos.
Así es, la clave está en escribir primeros borradores de mierda, es decir, sentarte y escribir sin escuchar las voces críticas de tu cabeza:
Limítate a ponerlo todo en papel porque podría haber algo grande en esas seis páginas demenciales que nunca hubieras llegado a obtener por medios más racionales y adultos. Puede que haya algo en la ultimísima línea del último párrafo de todos, en la página seis, que te enamore, que sea tan hermoso o salvaje que ahora sepas lo que deberías estar escribiendo, más o menos, o qué dirección debes tomar. Pero no hubiera habido forma de saberlo sin haber escrito antes las otras cinco páginas y media. (…)
Casi toda la buena escritura comienza con horribles esfuerzos iniciales. Hay que empezar por alguna parte. Empieza poniendo algo, cualquier cosa, sobre el papel.
Vale, sé que es la única forma de ponerte a escribir en los días malos, pero te confieso que me cuesta un motón acallar las críticas que escucho en mi cabeza mientras escribo. Pero me alegra saber que a Lamott le pasa exactamente lo mismo:
Lo que he aprendido a hacer cuando me siento a trabajar en un primer borrador de mierda es acallar las voces de mi cabeza. (…)
Al menos la mitad de mi batalla diaria consiste en acallar esas voces. Aunque la cosa ha mejorado. Antes era el 87 por ciento.
Pues yo todavía me paso el 90 por ciento del día acallando al malvado crítico interior de mi cabeza. ¿Sabes por qué? Porque pienso que
3. Los buenos escritores escriben de forma perfecta a la primera
El maldito perfeccionismo. Mi némesis, la sombra negra que me persigue en los días de mierda. Sigo luchando contra esta plaga y cada día estoy más cerca de quitarla de mi vida, pero en los días malos no hay dios que calle a la vocecita que me dice: «¿En serio, vas a escribir así?». Como dice Anne Lamott:
El perfeccionismo es la voz del opresor, el enemigo del pueblo. Te tendrá toda tu vida agarrotado y loco, y es el principal obstáculo entre tú y un primer borrador de mierda. (…)
Además, el perfeccionismo arruinará tu escritura, bloqueando tu inventiva, tu espíritu juguetón y tu fuerza vital.
Pura verdad. ¿Cuál es la solución?
Lo que hay que hacer es aprender a ser una compañía más compasiva, como si fueras alguien por quien sientes aprecio y a quien quieres animar. Dudo mucho que fueras capaz de leer los primeros esfuerzos de un buen amigo y, en su presencia, mirar al techo y soltar una risita. Dudo mucho que fueras a hacer el gesto de meterte los dedos en la garganta. Pienso que dirías algo del estilo de «Bravo por ti. Más tarde podremos trabajar en alguno de los problemas, pero ahora, ¡adelante a toda máquina!» (…)
Así que adelante y haz muchas pruebas y comete errores. Consume montones de papel. El perfeccionismo es una forma hierática y malvada de idealismo, y los desbarajustes son los verdaderos amigos del artista.
Hoy ya no me dará tiempo publicar este post, pero me da igual. Pues saldrá mañana (abajo el perfeccionismo). Lo importante es que no me he rendido. Y menos mal que faltan cuatro días para que acabe diciembre.
Por cierto, ¡feliz 2018!
Pájaro a pájaro
Anne Lamott
Ediciones Kantolla, 2009
Traducción: David Rutte