
Antes de nada quería daros mil gracias por vuestras palabras de ánimo y apoyo para David, que me siguen llegando desde la semana pasada. También quería deciros que esas palabras tan amables reconfortan mucho, pero todos sabemos que unas vacaciones en Bali reconfortan mucho más, así que, para la próxima, sabed que aceptamos cash.
En cuanto a David, sigue vivo y muy entretenido con la cremita mientras espera la cita con el especialista.
Pero yo particularmente pienso que lo bueno se hace esperar. Ya se sabe que esos médicos especialistas comprometidos con su vocación tienen una lista de espera enorme, así que normal que no te den la cita en un pispás.
Porque buenos médicos, de esos empáticos y cercanos, existen.
Sin ir más lejos mi madre tiene suerte de contar con un médico de cabecera que de verdad se preocupa por la salud y la vida de sus pacientes. Es de esos médicos que piensan que la medicina no solo es ciencia y saben que la calidez humana, la compasión y la comprensión pueden ser más valiosas que el bisturí o el medicamento alguno. De esos que siempre recuerdan que tratan a un ser humano.
En fin, un médico que tiene absoluto respeto por la vida humana. Porque cuando la semana pasada fue a verlo para ver los resultados de todas las pruebas que le hicieron durante el verano, según entró en la consulta, el doctor —el único, incomparable y sublime— levantó la cabeza del ordenador, miró a mi madre y dijo:
—¡¿Pero usted sigue viva?!