
No sé con qué os ha obsequiado la vida esta semana, pero yo tuve el placer de asistir a una reunión de vecinos. Porque las reuniones de vecinos, junto con el Impuesto sobre Bienes Inmuebles, son una de estas cosas que te confirman que la idea de comprarte una casa ha sido fruto de tu inmensa sabiduría e ingenio.
Aunque yo reconozco que no me puedo quejar porque en nuestra comunidad somos gente con modales, civismo y principios. Mirad si somos gente civilizada que nunca hemos necesitado a un administrador de fincas. Si es que somos como una gran familia gobernada por un patriarca bueno, piadoso y justo: el presidente de la comunidad.
Pero la semana pasada este ambiente idílico se vio interrumpido por un asunto urgentísimo y de suma gravedad: nos llegó una carta de los juzgados que decía que la empresa constructora, que en su momento se encargó de la rehabilitación del edificio, nos había denunciado y ha ganado la denuncia.
La verdad es que no entiendo cómo han podido denunciarnos cuando somos gente pacífica y encantadora. Bueno, excepto aquella vez cuando los de la empresa de rehabilitación colocaron debajo de las ventanas de un vecino del primero el aire acondicionado del vecino del bajo y el del primero estaba apuntando con su escopeta al arquitecto, pidiéndole amablemente: «¡Cabrón, o me quitas el aire o te mato!». Yo particularmente no sé por qué el histérico del arquitecto se ponía tan nervioso cuando todos le decíamos que no podía tomarse las cosas de forma tan personal y que todos sabíamos que «te mato» era una frase hecha; además, la escopeta era de perdigones.
En fin, la cosa es que nos han denunciado y, ya que nuestro líder ante las reiterativas reclamaciones de la empresa se hizo el lonchas, nos vimos obligados a buscar a alguien algo más resolutivo y que afrontara esta situación con la actitud de hacer algo más que negarse a abrir la puerta al de Correos. Así que decidimos contratar a un administrador de fincas y el martes pasado tuvimos una reunión con él. Nos aconsejó ponernos de acuerdo, soltar la pasta y solucionar el tema de la denuncia cuanto antes.
Entonces uno de los vecinos dijo que, claro, la denuncia era lo primero, pero ya que ahora por fin contábamos con un líder capaz de solucionar cualquier asuntillo vecinal, él quería formular una queja hacia la muy cabrona del quinto que alquilaba el piso a gentuza que no le dejaba dormir por las noches. A lo que la del quinto respondió que nadie le iba a decir a quién tenía que alquilar el piso, que para eso era su casa, y que, con o sin administrador, el majísimo vecino descontento podía irse a tomar por culo.
Entonces una vecina del bajo dijo que, ya que estábamos, ella también quería decir que la del segundo llevaba mil años sin pagar la comunidad y, ya que el agua entraba dentro de la cuota, a ella no le salía de los huevos seguir pagándole el agua a semejante sinvergüenza. A lo que un vecino del tercero dijo que él sí que pagaba religiosamente la comunidad, pero él vivía solo, mientras que la del bajo, ya que se quejaba tanto de la del segundo, vivía con su marido y sus tres hijos (que, por cierto, eran unos monstruitos), y a él, por ejemplo, no le salía de los huevos pagar lo mismo de agua que una familia de cinco.
Entonces otra vecina del cuarto dijo que también quería dejar constancia de que la limpieza del portal era una chapuza y no entendía por qué seguíamos pagando a unos jetas que nos cobraban la vida, pero dejaban el portal lleno de mierda. A lo que la del bajo dijo (mirando fijamente al del tercero) que porque allí había demasiado vecino subnormal y, ya que por desgracia el voto de esos anormales valía lo mismo que el de la gente normal, pues, claro, te la liaban. A lo que el del tercero dijo que para oír a marujas diciendo semejantes despropósitos pues ya se ponía Telecinco.
En fin, el pozo de rencor ha rebosado.